El miedo de no cumplir cumpliendo

Este mes cumplo veintisiete años. El 15 de marzo. Y lo que lleva rondándome los últimos dos años es el miedo a no cumplir sueños y expectativas aún cumpliendo años.

La maternidad es uno de esos sueños o expectativas sin cumplir.

En algún momento de mi vida hasta creí con convencimiento que a esta edad tendría a mi segundo hijo. Pero no es así. 

Tengo veintisiete años, un alquiler que no me puede permitir, un gato al que le gusta el pienso caro, un sofá heredado y algún bolso bueno, herencia también. Pero nada de hijos. Nada de vida adulta, nada de trabajo de calidad, nada de pareja estable y nada de expectativas de futuro.

Algunos aún se atreven a decir que si esta generación no tiene hijos es porque preferimos viajar, tener Netflix y no comprometernos.

Tengo veintisiete y para nada tengo la vida que esperaba tener a los veintisiete. Tengo veintisiete años y no viajo, gorroneo Netflix y no se me ocurre mayor cielo en la tierra que una hipoteca a cuarenta años, una pareja con la que hacer los mismos planes cada fin de semana, un trabajo de por vida nada cambiante y decentemente pagado y un par de críos a los que sacar adelante.

No se me ocurre mayor sueño que el de comprometerme con toda una vida previsible, indefinida, a tipo fijo y cierta. El mayor deseo de mi generación es la certeza. La certeza de que iremos a mejor, de que tendremos casa, hijos y un futuro convencional.

Los datos de natalidad no son buenos, es una cifra en caída en los últimos años y hay quienes, desde lo más reaccionario, señalan el origen del problema en los deseos y decisiones de los jóvenes. Hace unos días la asociación de Familias Numerosas de Madrid sacaba una campaña: “Salva el planeta, ten más hijos”, “Un mundo sin contaminación no merece la pena si no hay personas para disfrutarlo” este mensaje era el que rezaba en la campaña de cartelería que han extendido por todo Madrid, y más allá de la ideología que hay detrás de esta asociación, que piensa que la Agenda 2030 viene a acabar con todos nosotros, la realidad es que la lectura que hacen del problema no puede estar más desencaminada.

Es residual el porcentaje de jóvenes que no tiene hijos por un planteamiento ecologista. También es minoritario el porcentaje de jóvenes que no es padre porque no quiere. La gran mayoría de los jóvenes no tenemos hijos porque no podemos, simple y llanamente, tener hijos no está al alcance de los bolsillos de los jóvenes en España y mucho menos serlo antes de los treinta años.

Ni la maternidad ni la paternidad son un derecho, los adultos no tenemos derecho a ser padres, son los niños ya nacidos los que tienen derecho a tener una familia que les quiera y les cuide. 

Ser madre no es un derecho, pero tener acceso a una vivienda sí o eso dice el artículo 47 de la Constitución Española.

Ser madre no es un derecho, pero que te paguen un sueldo digno con el que poder vivir sí lo es.

Ser madre no es un derecho, pero no tener que elegir entre tu carrera y tu deseo de ser madre sí lo es.

Ser madre no es un derecho, pero tener las condiciones materiales para serlo sí lo es.

En el distrito Centro de Madrid ya hay más pisos turísticos que niños, y no es porque los malasañeros no quieran tener hijos, es porque sólo unos pocos afortunados se pueden permitir mantener una criatura en el centro de Madrid. Los jóvenes queremos tener hijos y lo único que nos separa de ello es la cuestión material. Seguramente el hecho más revelador es el del caso de las influencers, jóvenes que no llegan a la treintena y en su mayoría ya han sido madres, algunas hasta de su tercer hijo. No es que las influencers sean seres extraños con deseos excéntricos, es que ellas pueden permitirse la maternidad.

Es precisamente lo contrario al egoísmo lo que hace a las jóvenes posponer la maternidad. No queremos ser madres a cualquier precio, no queremos hacer pasar a nuestros hijos por las carencias y la precariedad, queremos asegurarnos de que cuando seamos madres a nuestros hijos no les faltará de nada. Ni cuidados, ni cariño, ni conciliación, pero tampoco libros, juguetes, una casa confortable, una buena educación, alimentos de calidad y un futuro. No queremos condenar a un ser humano, del que seremos responsables para siempre, a la pobreza.

El ascensor social está roto, los últimos datos revelan que quien nace en una familia pobre muere pobre y quien lo hace en una familia rica muere rico. La posibilidad de mejora se ha visto mermada por las continuas crisis y el desmantelamiento del estado del bienestar. Con una movilidad social estancada es lógico temer a traer a un hijo al mundo.

La generación de nuestros abuelos y la de nuestros padres vivieron una época de crecimiento exponencial que daba a entender que, aunque hoy estuvieras más justo, en unos años y sólo con tu trabajo y esfuerzo, verías mejoras. La aparición de la clase media en España afianzó esta idea de que el trabajo era lo único necesario para la estabilidad económica. La famosa meritocracia. 

La privación de la maternidad a las jóvenes no es otra cosa que un problema político. Un problema político que ningún partido se atreve a negar, pero tampoco se atreven a asumir.

Mientras tanto, las soluciones ni llegan, ni se buscan.

Esta semana sociedades médicas y sociólogos presentaban en el Senado un documento que pedía promover el empleo juvenil y acceso a la vivienda como principales medidas para fomentar la natalidad. Porque hay una realidad que todo el mundo sabe: Ningún bebé puede nacer, ningún joven plantearse ser padre sin acceso a la vivienda. No se construyen planes, futuro ni familia sin una casa para habitar. Trabajo digno, casa y tiempo, lo que en resumen se llama LIBERTAD. 

Paula Estaca

Vivir es militar. Contadora y divagadora de las pequeñas grandes cosas. Madrileña de la Vega Baja alicantina.

Encuéntrame en Twitter, LinkedIn y TikTok.

Anterior
Anterior

La verdad sobre los Antinutrientes

Siguiente
Siguiente

10 Claves para evitar los gases en la dieta vegana